Como regla general la interpretación que del pasado produce el historiador descansa fundamentalmente en el dato que se descubre en el legajo, en la información que aflora de los folios de un archivo, en fin en un amplio y variado repertorio de documentación escrita. Entonces el quehacer histórico puertorriqueño se pone, no imposible, pero sin duda alguna algo difícil, una vez remontamos las primeras décadas del siglo XVI, y dejamos atrás la conquista e inicial colonización del Boriquén Taíno y nos metemos a reconstruir los siglos XVII y XVIII.
Son tiempos de cambio, de una economía minera la isla se mueve hacia una economía agraria. Pero también son años de un lento poblamiento interno, aislamiento e incomunicación, de olvido por parte de las autoridades coloniales, de azotes de huracanes y de ataques de caribes y corsarios. Los documentos confiables escasean porque se destruyeron, porque se han perdido, porque se fragmentaron, o simplemente porque nunca existieron.
Ante el panorama con que nos confrontamos, la práctica de la arqueología en su modalidad histórica puede realizar importantes contribuciones al campo de la investigación documental. En las pasadas décadas, en las grandes capitales del mundo antillano, La Habana, Santo Domingo de Guzmán, y por supuesto San Juan, se han desarrollado proyectos históricos y culturales de gran envergadura en los cuales la arqueología ha jugado un papel muy significativo.
La evidencia arqueológica, el artefacto excavado y bien analizado, los ecofactos asociados al material cultural y una buena pesquisa documental pueden aclarar, enriquecer, modificar, contradecir o confirmar los datos históricos obtenidos en los documentos. Entonces la historia y la arqueología pueden ir de la mano con un objetivo común: ampliar el conocimiento que se tiene del pasado y darlo a conocer a las actuales y futuras generaciones de puertorriqueños para reforzar y definir nuestra identidad de pueblo.
Luego de esta extensa introducción comienzo entonces mi presentación donde explicaré la manera en que una limitada excavación arqueológica realizada en el 1992 bajo el piso de un pequeño salón del Convento de los Dominicos en San Juan, puede haber contribuido al mejor conocimiento de sus ocupantes históricos, los frailes de la orden de los Dominicos, en un espacio cronológico que abarca precisamente el siglo XVII, uno de los que aparentemente conserva menos información documental. En este caso en particular, el hecho de que además se trate de un contexto religioso es doblemente desafiante, colocando una mayor responsabilidad al quehacer arqueológico, ya que por lo general la documentación histórica relacionada con la Iglesia es menos accesible, para decirlo de una manera que no cree controversias.
Después de una larga y azarosa historia, que incluyó saqueos, abandonos, ampliaciones, confiscaciones y hasta usos como guarnición militar, el edificio del antiguo Convento de los Dominicos, localizado en lo más alto de la isleta de San Juan, fue devuelto por el Ejército de los Estados Unidos al gobierno de Puerto Rico en el 1968. El Convento pasó a manos del entonces recién creado Instituto de Cultura Puertorriqueña, y fue restaurado bajo la dirección de don Ricardo Alegría su primer director ejecutivo, para convertirse en sede de dicho organismo cultural.
Pero tanto el Convento, como su antigua capilla, la hoy Iglesia de San José, guardaban bajo sus cimientos otros secretos de la antigua historia de San Juan. Durante su restauración, Alegría descubrió abundantes restos arqueológicos precolombinos de la fase Hacienda Grande, la más temprana de la cultura Igneri, con fechas estimadas entre el 250 antes de Cristo y el 600 después de Cristo. La cantidad y diversidad de las evidencias excavadas por Alegría confirmó sin duda, la presencia de un gran asentamiento indígena en el promontorio más alto, fresco y estratégico de la isleta, precisamente donde 15 siglos después se construyó, quizás por las mismas razones, el Convento de los Dominicos.
Junto al material precolombino, aunque no relacionado cronológicamente con él, también se recuperaron restos europeos tempranos, mayormente del siglo XVI, vinculados con los inicios de la colonización de Puerto Rico, y con la fundación del monasterio. Veinte años después de estas excavaciones iniciales, durante la restauración de la Iglesia de San José, la antigua capilla del Convento, Alegría excavó restos precolombinos adicionales, así como nuevos vestigios históricos tempranos. Conservo un buen recuerdo de estos hallazgos porque fue mi primera experiencia de trabajo, como estudiante de arqueología, con don Ricardo.
Así las cosas, dos décadas después, en el 1993, tuve la oportunidad de excavar junto a mis estudiantes, como parte del curso graduado de metodología arqueológica del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, bajo el piso de un pequeño cuarto de la 4 planta baja del Convento que nunca había sido removido, y que hasta finales del siglo XVIII fue parte de su patio exterior.
Nuestro objetivo: encontrar el depósito precolombino que don Ricardo había descubierto y poder estudiarlo con nuevos métodos y técnicas, incluyendo la recuperación de restos alimentarios y botánicos, así como la de muestras para nuevos fechamientos radiocarbónicos del sitio.
Como en ocasiones le ocurre a los arqueólogos, no encontramos el componente indígena que buscábamos. Por el contrario, localizamos, entremezclados con tierra con alto contenido orgánico y de color muy oscuro, un denso depósito de materiales, típicos de un basurero doméstico del periodo histórico, con una gran cantidad de fragmentos de cerámica y loza colonial, vidrios, metales, conchas marinas y huesos de animales, así como monedas, fichas de juego, botones y otros artefactos de uso común.
El terreno se cernió y todos los materiales se removieron, para luego ser lavados y clasificados en la fase de laboratorio del curso. Salvo algunos contados fragmentos, no encontramos restos en la excavación, ni de los indios Ingerís, ni de los tempranos habitantes del Convento en su etapa fundacional del siglo XVI .
Un análisis de las arqueólogas Lourdes Domínguez y Virginia Rivera, indicó que se trataba de una excelente y variada colección de artefactos del siglo XVI tardío, y de los siglos XVII y XVIII. Como ya habíamos señalado, se trata de un período donde la investigación arqueológica y la documentación histórica relativa a la capital en particular, y a la isla en general, es notablemente escasa. Por lo tanto en este proyecto la arqueología abría nuevas posibilidades para el estudio de un importante espacio histórico de naturaleza religiosa.
Comenzaré mi presentación con la cita de un documento donde un inglés, enemigo de España, describía en 1598 el antiguo Convento de Santo Domingo en San Juan:
“Existe también un monasterio hermoso, situado al norte del poblado, un poco distante del caserío. Está fabricado de ladrillos en un espacio cuadrado. Tiene iglesia y salón y todas las celdas necesarias para el prior y la comunidad de frailes… La situación de este edificio es espléndida, deliciosa, sobre una colina desde donde se divisa el mar por tres partes.” Cierro la cita.
Se trata del relato del doctor John Layfield, Capellán de la Expedición de Jorge Clifford, Conde de Cumberland, escrito cuando el asalto inglés a la ciudad de San Juan a finales del siglo XVI. A juzgar por casi todos los documentos y descripciones de los siglos XVI al XVIII, el monasterio de los Dominicos, fundado en 1523 por Fray Antonio de Montesinos, en un solar donado por Juan Ponce de León, era ciertamente el espacio religioso más importante, y la estructura más imponente, por su emplazamiento y tamaño, de todas las construidas en la capital hasta ese momento.
Esta ruta nos permitió por ejemplo, confirmar los parámetros cronológicos de los materiales, además de revalidar la hipótesis inicial en cuanto a la jerarquía social de los ocupantes del lugar. Por razones de tiempo en este momento nos concentraremos en la evidencia arqueológica.
La muestra analizada incluye una gran cantidad de fragmentos de recipientes empleados en la preparación de alimentos. En especial son numerosas las cazuelas del tipo conocido como Morro Ware, impermeabilizadas con plomo, que tienen un auge entre los años 1550 al 1770. En cuanto a los contenedores de líquidos, tenemos en la muestra ejemplos de Red Wares o cerámica roja refractaria, con un rango entre el 1550 al 1750. Hay bastantes ejemplares de la llamada cerámica bizcocho, que conforman el clásico recipiente de agua, así como hidroceramos hechos en cerámica dura gris o Gray Ware, utilizados para almacenar el agua de beber. La literatura arqueológica asocia directamente toda esta tipología de recipientes con grupos sociales de mucho poder dentro de la estructura colonial del momento, como lo pudieron ser los frailes que habitaban el Convento.
Sin embargo, hay que destacar que fueron mucho más frecuentes las muestras de las llamadas cerámicas criollas, utilizados también para la preparación de alimentos, pero con huellas visibles de tecnologías indo-hispánicas y africanas. Por su naturaleza esta alfarería está relacionada con trabajadores, esclavos o grupos de servicio doméstico que a los sectores y grupos privilegiados de la sociedad colonial. Consta también en la documentación, el disfrute por parte de los frailes Dominicos de una gran cantidad de esclavos y criados, tanto en sus estancias y haciendas como en su sede principal de San Juan.
En lo que corresponde a la vajilla de mesa, se presenta una infinidad de formas, hechuras y proveniencias, así como una variada cronología. Estas abarcan desde las mayólicas españolas del tipo morisco, netamente del siglo XVI, hasta los Bone China y White Ware más tardíos. Se consigna la presencia de platos y escudillas de mayólica Columbia Plain totalmente blanca con fechas entre el 1490 al 1650, y otras variedades que incluyen el azul cobalto como el tipo Santo Domingo Azul sobre Blanco. El tipo Isabela Policrome, el Yayal Azul sobre Blanco, producida en alfares españoles de los siglos XVI y XVII, especialmente para su distribución en América también forman parte de la muestra. Están presentes, aunque de manera minoritaria, algunos ejemplares de mayólica novo hispánica, con fechas entre el 1580 al 1650, y Delf y Faenza, con fechas entre el 1600 al 1800.
De acuerdo al análisis, en la colección hay una clara preponderancia de una vajilla elitista, de excepción, incluyendo la presencia de 7 algunos fragmentos de platos de Porcelana Oriental, posiblemente de la China, que posee una cronología entre el 1574 al 1644.
Otros objetos recuperados, de carácter privilegiado, como un florero de mayólica sevillana decorada en azul sobre blanco, y varias pipas holandesas de caolín con cazoleta y soporte, pueden ubicarse entre finales del siglo XVI y principios del XVII.
El vidrio también está presente en basurero, con abundantes botellas de vino de vidrio verde oscuro de los siglos XVII y XVIII. Se excavaron además 5 monedas de cobre sumamente desgastadas como para identificarlas, algunos clavos usados, y un cierre de libro misal del siglo XVII o XVIII. En cuanto a otros artefactos, identificaron botones de concha y de hueso, piedras de fusil o de chispa, una base de cepillo de hueso, una cuchara de plata y algunas cuentas de incrustaciones, siendo una sola de ellas, color negro, de rosario.
Abundantes restos alimentarios como lo son los huesos de aves de corral, cerdo y ganado vacuno estaban entremezclados en la capa arqueológica de este basurero doméstico. También se identificaron muchos huesos de peces, conchas de carruchos y tortugas marinas de gran tamaño, demostrando la importancia que tuvieron para los habitantes antiguos de San Juan los cercanos recursos marinos que rodean la ciudad. Tomo prestada de la ponencia de Fray Mario Rodríguez León en el pasado Simposio una cita donde el obispo Bastidas acusa a los dominicos de ser mal ejemplo y los critica por tener carnicería y chinchorros de pesca y vender y cobrar ellos mismos la carne y el pescado a la población de San Juan.
Como pueden ver, el análisis de los materiales recuperados coincide con la hipótesis preliminar original en cuanto a su cronología y la clasificación del conjunto. Se trata de elementos distintivos de una elite social que dominó este espacio religioso y a la vez doméstico, y la vida cotidiana de su comunidad.
Un detalle de interés es el hecho de que encontramos artefactos que usualmente no se asocian con el quehacer religioso: piedras de fusil, botellas de vino, monedas, fichas de juegos de azar y porcelana oriental, entre otras. Tampoco hay una abundancia de piezas que comúnmente las asociamos con contextos religiosos. De estas últimas solo sobresale un cierre de un pequeño misal y una sencilla cuenta de rosario.
Es posible que el componente artefactual religioso se encuentre representado en otro sector del monasterio. Nos inclinamos a pensar que el depósito excavado es uno exclusivamente doméstico, donde solamente se arrojaron los desechos del área de la cocina, tanto de los frailes como de los esclavos y criados. De no haber conocido su lugar de procedencia, se podía haber pensado que se trataba de un conjunto doméstico residencial de una familia criolla de alta posición social.
Pero debemos recordar que ya para la mitad del siglo XVI la Orden de los Dominicos disfrutaba de un gran poderío económico. Poseían estancias e ingenios en los valles del Toa y de Loíza, donde empleaban indios, negros y esclavos en los cultivos y en la crianza de ganado. Un breve repaso de algunas páginas significativas de su historia nos ofrece una idea mucho más clara de la importancia y el significado social y económico que tuvo el antiguo monasterio dominico y su capilla, la actual iglesia de San José.
Para el 1529 ya se acomodaban en el monasterio más de 25 religiosos, y un año antes había sido ordenado en el lugar el primer sacerdote criollo de América, Fray Luis Ponce de León, hijo de Juan Ponce de León, conquistador y primer gobernador de la isla. Por su solidez estructural, el inmueble también sirvió de refugio en el 1530 para las mujeres y niños durante un ataque de indios Caribes a la ciudad.
En la primera ilustración conocida de San Juan, realizada en el 1575 por Juan Escalante de Mendoza, ya se indica por su nombre la localización del Convento y se representa como un edificio de dos pisos y de gran tamaño, demostrando su jerarquía arquitectónica en el conjunto de estructuras de la naciente ciudad capital.
En cuanto a su función educativa, el Convento se convirtió en el primer centro universitario del Nuevo Mundo, cuando en el 1532 el Papa Clemente VII le concedió a los dominicos licencia para ofrecer estudios generales para religiosos y seglares. Luego en el 1643 se establece de nuevo un centro de Estudios Generales de arte y gramática, abierta a novicios y a seglares. La riqueza de su biblioteca también la atestigua el Dr. John Layfield en el 1598.
En el 1625 los holandeses conquistaron la ciudad y saquearon y quemaron el Convento, que fue entonces abandonado hasta su reconstrucción casi veinte años después. A través de su historia, el monasterio y su capilla guardaron los restos de los gobernadores Juan Ponce de León y Juan de Haro, éste último, heroico defensor de la ciudad durante el asalto holandés de 1625.
Como ya hemos indicado, es escasa la documentación relativa al desarrollo del Convento y de su capilla durante los siglos XVII y XVIII. Sin embargo se indica que gozaban de gran reputación y devoción entre la población civil que le atribuía numerosos milagros a un crucifijo llamado “El Cristo de los Ponce” y a un cuadro de la “Virgen de Nuestra Señora de Belén”. Aparte de los frailes, la capilla del Convento sostenía 15 sacerdotes de misa, solo dos menos que la Catedral, ratificando su importancia.
El monasterio fue creciendo muy lentamente a través de su historia. Para la segunda mitad del siglo XVIII se le añaden dos salas hacia el lado oeste, muy cerca del lugar de nuestra excavación. Creo que fue en este momento cuando el basurero doméstico formado en lo que había sido patio exterior, fue cubierto por un piso, sellando el mismo hasta nuestra excavación en 1993. También en esta época, gracias a un donativo del rey Carlos III, su capilla fue completada con el estilo y la suntuosidad que conserva todavía.
La finalidad religiosa de este espacio finalizó abruptamente y para siempre, en el 1843, cuando el gobierno español lo amplió y lo remodeló, dividiendo su uso en dos: como Cuartel Militar de Santo Domingo y como Real Audiencia y Cancillería. La capilla fue entregada a los padres Jesuitas, quienes la dedicaron a San José. Como ya se dijo, luego de la invasión norteamericana en el 1898, el antiguo Convento fue ocupado por el ejército de los Estados Unidos, hasta el 1968, cuando fue devuelto al pueblo para usos civiles.
No es posible ni siquiera intentar reconstruir con una limitada excavación arqueológica, la historia del antiguo Convento de los Dominicos, ni mucho menos la vida de sus habitantes a través del tiempo. Pero no hay duda de que se trató de una importante comunidad religiosa socialmente privilegiada, de gran visibilidad cultural y poderío económico, cuya vida cotidiana transcurrió con cierta suntuosidad y desahogo. Así parece señalar las variadas investigaciones históricas realizadas, particularmente por Fray Mario Rodríguez León, y así también parece corroborar nuestra limitada intervención arqueológica de 1993 en el antiguo Convento de Santo Domingo, su majestuoso edificio emblemático en San Juan.
Un agradecimiento especial a las arqueólogas Lourdes Domínguez, Virginia Rivera y Paola Schiappacasse, y a mis estudiantes del curso de arqueología.
Muchas gracias.